Este es uno de los varios retratos que Picasso hizo de Marie-Thérèse Walter, su compañera sentimental entre 1927 y 1935, en los que lleva a cabo un exhaustivo ejercicio analítico en que la juventud y la personalidad de la retratada quedan sometidas a mil transfiguraciones. El artista fusiona en una sola imagen la visión frontal del rostro con la de perfil y convierte a la modelo en un icono de la sensualidad a través de un rico lenguaje pictórico en que la distorsión de formas supone la consolidación de lo que los especialistas han llamado "estilo Picasso". Esta obra constituye al mismo tiempo el epílogo de la confrontación entre las dos modelos esenciales de ese momento: la misma Marie-Thérèse y Dora Maar.